por Hipatita
La Plata, 1 de Junio de 2008
Ella le vio cruzar la gran puerta de hierro forjado y cristal que
daba acceso al hall central de la biblioteca, donde se detuvo. Él miró
hacia un lado y hacia el otro, como buscando el camino a seguir. Sus
ojos se posaron en ella y se dirigió a su encuentro con la felicidad
reflejada en el rostro.
Ella sintió la fuerza de aquella mirada y
se estremeció. Le miró de reojo, disimuladamente. En efecto, comprobó
que él avanzaba por el hall. Mentalmente se dijo: “no temas; toda tu
vida te has preparado para este momento y tienes la capacidad de
hacerlo”.
Como en una película muda, pasaron por su mente a gran
velocidad los recuerdos de tantos esfuerzos realizados y de tantos
logros alcanzados durante su joven existencia: los estudios de
Bibliotecología en la Facultad, su enamoramiento temprano de la
Referencia, su firme compromiso con el usuario y el juramento eterno que
pronunció el día que le otorgaron el título de Bibliotecaria: “defender
hasta la muerte el derecho de todos a la información”. Se acordó
incluso de su infructuosa lucha por entender la CDU.
Ahora, por
fin, era la referencista de una biblioteca y en aquel primer día de
trabajo, hacia ella se dirigía el primer usuario con la primera
consulta. No había duda. Él no le quitaba la vista de encima y avanzaba
con paso firme y decidido.
“¿Qué necesitará?” se preguntó ella,
mientras tamborileaba con sus dedos sobre el mostrador. Nerviosa como
estaba, repasó en su mente los procedimientos habituales: ¿pregunta
rápida o búsqueda exhaustiva? ¿Servicio de alerta o diseminación
selectiva? ¿Se podrá resolver con los recursos de la biblioteca o habrá
que recurrir a otras? ¿Podré resolver cualquier consulta? Desde pequeña
había estudiado ballet y guitarra clásica, corte y confección, cocina,
oratoria y lectura veloz, arte precolombino, historia de las
ideas en América Latina y el fenómeno de las supernovas. Seguramente
podría desenvolverse con eficacia en numerosos temas.
Le asaltó
una duda: “¿Y si lo que él necesita es aprender a usar Internet o el
Webopac?”. Pasó revista a los conocimientos adquiridos en innumerables
cursos y conferencias sobre alfabetización informacional, así como en el
posgrado de Especialización en Informática aplicada a las Bibliotecas,
que le había permitido, entre otras cosas, tener una vaga idea de la
indización automática. Se tranquilizó. Estaba en condiciones de impartir
la mejor formación de usuarios que era posible.
Él había
recorrido más de la mitad del imponente hall, sin apartar su mirada de
la joven ni un segundo. La excitación y angustia de ella iban en
aumento. “¿Hablaría español? ¿Vendría de otro país?”. No se impacientó.
Dominaba la lengua de Shakespeare a la perfección, desde hacía años. La
Alianza Francesa, el Aligheri y el Goethe habían sido testigos de su
excepcional capacidad para los idiomas, lo mismo que su profesora
particular de portugués. Con cuanto agradecimiento evocó el sacrificio
que significó para sus padres vender la quinta de City Bell para que
ella pudiera pasarse dos años en Europa, adquiriendo una excelente
pronunciación y una envidiable fluidez en todos aquellos idiomas, de
modo tal que en cualquier conversación podía pasar de una lengua a otra
como quien se toma un vaso de agua. Ni qué hablar del nivel básico de
chino que estaba cursando y de la Maestría en Sánscrito terminada el año
anterior, gracias a la cual, finalmente, pudo leer los Prolegomena de
Ranganathan.
Él ya estaba apenas a unos pasos. Ella se agachó
bajo el mostrador para retocar el maquillaje y el peinado como le habían
recomendado en el Curso de Belleza y Estética en Diez Lecciones.
Desabrochó un par de botones de la blusa, dejando ver provocativamente
el nacimiento de sus senos como había aprendido en el Curso de Marketing
para Bibliotecarios. Se puso de pie e iluminó su cara con la mejor
sonrisa, como le habían enseñado en el Curso para Promotores de
Cementerios Privados y -¡por fin!- se encontró cara a cara con el
usuario, mostrador de por medio.
Él, un tanto apurado, le presentó su esperada consulta:
- Che, ¿me podés decir dónde queda el baño?
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