sábado, 19 de mayo de 2012

La primera vez

por Hipatita
La Plata, 1 de Junio de 2008

     Ella le vio cruzar la gran puerta de hierro forjado y cristal que daba acceso al hall central de la biblioteca, donde se detuvo. Él miró hacia un lado y hacia el otro, como buscando el camino a seguir. Sus ojos se posaron en ella y se dirigió a su encuentro con la felicidad reflejada en el rostro.
     Ella sintió la fuerza de aquella mirada y se estremeció. Le miró de reojo, disimuladamente. En efecto, comprobó que él avanzaba por el hall. Mentalmente se dijo: “no temas; toda tu vida te has preparado para este momento y tienes la capacidad de hacerlo”.
     Como en una película muda, pasaron por su mente a gran velocidad los recuerdos de tantos esfuerzos realizados y de tantos logros alcanzados durante su joven existencia: los estudios de Bibliotecología en la Facultad, su enamoramiento temprano de la Referencia, su firme compromiso con el usuario y el juramento eterno que pronunció el día que le otorgaron el título de Bibliotecaria: “defender hasta la muerte el derecho de todos a la información”. Se acordó incluso de su infructuosa lucha por entender la CDU.
     Ahora, por fin, era la referencista de una biblioteca y en aquel primer día de trabajo, hacia ella se dirigía el primer usuario con la primera consulta. No había duda. Él no le quitaba la vista de encima y avanzaba con paso firme y decidido.
     “¿Qué necesitará?” se preguntó ella, mientras tamborileaba con sus dedos sobre el mostrador. Nerviosa como estaba, repasó en su mente los procedimientos habituales: ¿pregunta rápida o búsqueda exhaustiva? ¿Servicio de alerta o diseminación selectiva? ¿Se podrá resolver con los recursos de la biblioteca o habrá que recurrir a otras? ¿Podré resolver cualquier consulta? Desde pequeña había estudiado ballet y guitarra clásica, corte y confección, cocina, oratoria y lectura veloz, arte precolombino, historia de las ideas en América Latina y el fenómeno de las supernovas. Seguramente podría desenvolverse con eficacia en numerosos temas.
     Le asaltó una duda: “¿Y si lo que él necesita es aprender a usar Internet o el Webopac?”. Pasó revista a los conocimientos adquiridos en innumerables cursos y conferencias sobre alfabetización informacional, así como en el posgrado de Especialización en Informática aplicada a las Bibliotecas, que le había permitido, entre otras cosas, tener una vaga idea de la indización automática. Se tranquilizó. Estaba en condiciones de impartir la mejor formación de usuarios que era posible.
     Él había recorrido más de la mitad del imponente hall, sin apartar su mirada de la joven ni un segundo. La excitación y angustia de ella iban en aumento. “¿Hablaría español? ¿Vendría de otro país?”. No se impacientó. Dominaba la lengua de Shakespeare a la perfección, desde hacía años. La Alianza Francesa, el Aligheri y el Goethe habían sido testigos de su excepcional capacidad para los idiomas, lo mismo que su profesora particular de portugués. Con cuanto agradecimiento evocó el sacrificio que significó para sus padres vender la quinta de City Bell para que ella pudiera pasarse dos años en Europa, adquiriendo una excelente pronunciación y una envidiable fluidez en todos aquellos idiomas, de modo tal que en cualquier conversación podía pasar de una lengua a otra como quien se toma un vaso de agua. Ni qué hablar del nivel básico de chino que estaba cursando y de la Maestría en Sánscrito terminada el año anterior, gracias a la cual, finalmente, pudo leer los Prolegomena de Ranganathan.
     Él ya estaba apenas a unos pasos. Ella se agachó bajo el mostrador para retocar el maquillaje y el peinado como le habían recomendado en el Curso de Belleza y Estética en Diez Lecciones. Desabrochó un par de botones de la blusa, dejando ver provocativamente el nacimiento de sus senos como había aprendido en el Curso de Marketing para Bibliotecarios. Se puso de pie e iluminó su cara con la mejor sonrisa, como le habían enseñado en el Curso para Promotores de Cementerios Privados y -¡por fin!- se encontró cara a cara con el usuario, mostrador de por medio.
     Él, un tanto apurado, le presentó su esperada consulta:
     - Che, ¿me podés decir dónde queda el baño?


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Hipatita es una bibliotecaria -de las de rodete- que profesionalmente se considera descendiente de Hipatia de Alejandría (Upatia, 370-416 aC), matemática, astrónoma y filósofa que se cree fue la primera mujer y la última persona en dirigir la Biblioteca de Alejandría. Vale la pena remarcar que Hipatia también usaba rodete.

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