jueves, 27 de septiembre de 2012

Bibliotecas de marfil

(Caracteres hebraicos en el hollín)

Por Juan C. Sánchez Sottosanto*

       Soy bibliotecario en una biblioteca teológica. Más específicamente, me dedico a la hemeroteca. Recibo las nuevas revistas, las indizo, inventarío, sello. Cargo sus datos en un catálogo on-line. Realizo o corrijo las analíticas de sus artículos. A veces ese trabajo se amontona, a veces se espacia. Entonces hurgo en la hemeroteca para digitalizar los datos de publicaciones más viejas o ajustarlas a las nuevas normas. Pregunto al referencista cuáles son las de más “salida” en la consulta, para darles prioridad. Me indica de tres a cuatro cada vez. 
Comienzo con una publicación altamente especializada en Antiguo Testamento, la Zeitschrift für die Alttestamentliche Wissenschaft. Al principio me parece increíble esa capacidad teutona para las continuidades. La revista se inició en 1881 y ha tenido persistencia hasta hoy. Impensable eso por estos pagos. La hemeroteca exhibe orgullosamente su colección completa: ¡131 años de erudición, criticismo, exégesis, de minuciosos estudios, quizás sobre una mera partícula hebrea! ¡Sobre un pequeño sintagma construida toda una investigación! Los más grandes especialistas pasaron por sus páginas; conspicuo es el listado. 
Hago la tarea más o menos mecánicamente. Comienzo desde lo más reciente para llegar en algún momento al glorioso y ya amarillento momento fundacional. En cierto instante, en algún rincón de mí, algo me hace “ruido” en la tarde silenciosa; no es el teclado ni la quieta oficina que da al jardín agrisado por el invierno. Miro los volúmenes que tengo en las manos: corresponden a los años ’30 y ’40 del siglo pasado. Leo el colofón: Made in Germany. Tanteo la calidad del papel: es muy buena. Me voy al listado de artículos: diferencias en tal versículo entre el masorético y la Septuaginta; aportes de la Peshitta; hermosos caracteres tipográficos góticos mezclados con hebraicos; en menor cantidad, griegos y siríacos. Pero muchos hebraicos. Caracteres hebraicos no censurados en plena Alemania nazi. Ningún problema (no falta ningún número) en la llegada de estas especializadísimas revistas a la Argentina. Sigo hurgando en el índice: sólo Antiguo Testamento, ninguna, pero ninguna, referencia al pueblo del Antiguo Testamento viviente-sufriente-muriente de aquellos días, de aquellos lares. Toda una arqueología inútil, una erudición que deja de parecerme maravillosa, que más bien se me hace macabra. Voy más allá. ¿Y si en las fábricas del papel –excelente papel- de esta revista trabajaban judíos, esclavos judíos que podían hacerse literalmente humo – un humo que esta revista ha esquivado transoceánicamente para estar empolvándose en un estante y ahora yacer en mis manos que la estudian? Hago marcha atrás, es decir, hacia delante: tomo los ejemplares posteriores a la Caída del 45. Noto cambios: el papel es pésimo, los números son discontinuos, la cantidad de páginas de cada ejemplar es menor. Miro en el índice: ninguna referencia a la Shoah, ningún mea culpa, sólo nuevas erudiciones de post-guerra sobre judíos y escritos judíos de hace siglos, hechas, como las anteriores, por eminentes teólogos cristianos. No tengo paciencia para seguir y llegar al 2012 y ver si esas disculpas llegaron algún día.  
¿Soy yo, quizás, el que está magnificando la situación? 
Pienso en Levinas y su humanismo del “otro hombre”. 
Pienso en que esta anécdota mía de un día cualquiera de gris bibliotecario me ha dejado la sensación del destrozamiento de un otro, un otro que bien pudo ser –literalmente- el propio Levinas. Rostros de millones que ignoraban cuánto se hablaba eruditamente de sus ancestros y en caracteres-hebraicos-no-censurados desde torres de marfil con bibliotecas innúmeras, mientras la muerte acechaba, más cotidianamente que nunca. 
 
*Bibliotecario, sociólogo, maestrando en teología, escritor y buscavidas. 

Nota Bibliofónica

¿Qué es eso que en la literatura bibliotecológica -plagada de lo que Unamuno llamó, con ibérica causticidad, tecniquerías- se denomina análisis documental? Véase Orera Orera. Véase López Yépes. Véase Guinchat y Menou. Véase cualquiera de los manuales de bibliotecología citados como vademécums en los programas de asignaturas introductorias a las Ciencias de la Información y la Documentación.  
Las definiciones aportadas por esos autores valen menos por sus diferencias que por lo que tienen en común: todas asumen el documento como una entidad en sí, completa y acabada, para la cual existen detallados estándares de descripción.  Ninguna enseña al bibliotecario a ir más allá del documento. A ver la historia que lo empapa, lo impregna, lo contamina, lo ensucia, lo vuelve un cuerpo vivo que habla, o susurra, muy bajo, con un agónico hilo de voz que se pierde entre los estantes.  
Nada que reprocharle, por supuesto, a Orera Orera, a López Yépes, a Guinchat y Menou. Sus manuales no pretenden ser más que manuales. Enseñan a interpretar los signos de una partitura, no a escuchar la música. Es el bibliotecario, el analista, al fin de cuentas, quien puede aguzar el oído. Aunque la música que escuche sea un aria monstruosa, un eco del horror, una minuciosa bitácora del infierno.  
Agradecemos a Juan Carlos Sánchez Sottosanto por el texto que sigue, y que ilustra mejor los balbuceos de esta introducción bibliofónica.
 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Dios los Cría...

And all at length are gathered in.
LOUISE BOGAN
El próximo lunes 6 de agosto se llevará a cabo la Primera Charla-encuentro de Bibliotecas Populares Platenses organizada por la Comisión de Estudiantes de Bibliotecología de la UNLP. Entre los invitados se cuentan representantes de la Biblioteca El Faldón, la Biblioteca Del Otro Lado del Árbol y la Biblioteca Vida y Lucha de Elizalde.  
El propósito del Encuentro es crear un espacio de comunicación y debate donde los invitados compartan sus experiencias y difundan sus proyectos, sus logros, sus tropezones, sus dificultades, sus ambiciones, sus saltos a piletas llenas de pirañas y reglas de catalogación, sus desventuras burocráticas, sus encantos y desencantos: todo eso que un gran poeta llamó, bajo la luna de París, la épica del barro.  
Lugar y hora: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2do piso, aula 217 (ex aula 208 de Psicología), 16 hs. 
Habrá café, mate, bizcochitos, y certificados de asistencia.



viernes, 29 de junio de 2012

TRUEQUE DE LIBROS

Este BADO 30 de JUNIO, de 15 a 18hs en la Estación Provincial ( 17 y 71 - La Plata), se realizará el TrUeQuE de LiBrOs, una actividad que el Grupo El Faldón viene llevando adelante desde el año 2008, que consiste en el intercambio de libros entre los participantes el marco de una jornada cultural. 

Este año, se suma a la propuesta el Colectivo de Bibliotecas Populares Platenses, un grupo aún en formación que surge de la necesidad de encuentro y cooperación entre las bibliotecas populares de la ciudad. Participarán en esta ocasión: 

Biblioteca Popular Dardo Rocha 
Biblioteca Popular Del otro Lado del Árbol 
Biblioteca Escolar Colegio Nuestra Señora del Valle 
Biblioteca Rossinante del Hospital Rossi 
Biblioteca Popular Vida y Lucha de Elizalde 
Biblioteca Popular El Faldón 

Cada Biblioteca dispondrá un stand con libros para trocar y contará a los visitantes sobre sus historias, trabajos y proyectos. 
Durante la tarde se realizarán actividades artísticas para niños y grandes, se contarán cuentos, habrá música y proyecciones de video y fotografías de las bibliotecas participantes.  
Recientemente, el Trueque de Libros fue distinguido como experiencia de promoción de la lectura por el Ministerio de Educación de la Nación, la Organización de los Estados Iberoamericanos y la Fundación Santillana, obteniendo el 1er. Premio VIVA LECTURA 2012, en la categoría sociedad junto a otras experiencias desarrolladas por el Grupo El Faldón. 

¿Te lo vas a perder? 

Más información sobre el Trueque de Libroswww.elfaldon.org.ar 
Facebook:  
  • TruequeLibro 
  • Grupo El Faldón

jueves, 7 de junio de 2012

FORO SOBRE LA SITUACIÓN LABORAL DE LOS BIBLIOTECARIOS POPULARES: ACTUALIDAD Y POSIBLES SOLUCIONES

Sábado 9 de junio | 16 a 19 hs.
Sala Juan L. Ortiz. Biblioteca Nacional. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina.

Disertan: Marcelo Cosnard, ex bibliotecario popular
María Celeste Mendive, ex bibliotecaria popular
Gustavo Rosas, director de la Biblioteca Popular “Domingo F. Sarmiento” (Tristán Suárez)
Ilbia Ábalos, secretaria de la Biblioteca Popular “Domingo F. Sarmiento” (Tristán Suárez)
Raúl Frutos, bibliotecario y ex integrante de la comisión directiva de la Biblioteca Vigil (Rosario)
Edgardo Feder, miembro de la comisión directiva de la Biblioteca Popular “Diego Pombo” (San Andrés, partido de San Martín)

Moderador: Adrián Michateck

La situación laboral de los bibliotecarios de Bibliotecas Populares es precaria e injusta. Salario informal, falta de aportes jubilatorios y obra social, monotributo, incertidumbre en el cobro de haberes y muchas veces también la descalificación como profesionales son algunas muestras de la realidad actual.

¿De quién depende el pago de los sueldos? ¿De las Comisiones Directivas administradoras de recursos? ¿De la comunidad? ¿Del Estado?
¿Es legal el monotributo?
¿Cuáles son las tareas que le corresponde a un bibliotecario de una biblioteca popular?
¿Existe normativa?
¿Cuál es la carga horaria?
¿Qué los ampara frente a las arbitrariedades?

Invitamos a bibliotecarios, dirigentes, legisladores y un abogado laboralista para, entre todos, conversar, analizar y debatir qué podemos hacer como colectivo para que las Bibliotecas Populares cuenten con personal calificado, en condiciones dignas de trabajo, respeto y salario.

Organiza: Asamblea Pro Sindicato de Bibliotecarios

Adhesiones:
Bibgra Zona Sur
Asociación de Bibliotecarios Graduados de Buenos Aires,
GESBI - Grupo de Estudios Sociales en Bibliotecología y Documentación.

sábado, 19 de mayo de 2012

La primera vez

por Hipatita
La Plata, 1 de Junio de 2008

     Ella le vio cruzar la gran puerta de hierro forjado y cristal que daba acceso al hall central de la biblioteca, donde se detuvo. Él miró hacia un lado y hacia el otro, como buscando el camino a seguir. Sus ojos se posaron en ella y se dirigió a su encuentro con la felicidad reflejada en el rostro.
     Ella sintió la fuerza de aquella mirada y se estremeció. Le miró de reojo, disimuladamente. En efecto, comprobó que él avanzaba por el hall. Mentalmente se dijo: “no temas; toda tu vida te has preparado para este momento y tienes la capacidad de hacerlo”.
     Como en una película muda, pasaron por su mente a gran velocidad los recuerdos de tantos esfuerzos realizados y de tantos logros alcanzados durante su joven existencia: los estudios de Bibliotecología en la Facultad, su enamoramiento temprano de la Referencia, su firme compromiso con el usuario y el juramento eterno que pronunció el día que le otorgaron el título de Bibliotecaria: “defender hasta la muerte el derecho de todos a la información”. Se acordó incluso de su infructuosa lucha por entender la CDU.
     Ahora, por fin, era la referencista de una biblioteca y en aquel primer día de trabajo, hacia ella se dirigía el primer usuario con la primera consulta. No había duda. Él no le quitaba la vista de encima y avanzaba con paso firme y decidido.
     “¿Qué necesitará?” se preguntó ella, mientras tamborileaba con sus dedos sobre el mostrador. Nerviosa como estaba, repasó en su mente los procedimientos habituales: ¿pregunta rápida o búsqueda exhaustiva? ¿Servicio de alerta o diseminación selectiva? ¿Se podrá resolver con los recursos de la biblioteca o habrá que recurrir a otras? ¿Podré resolver cualquier consulta? Desde pequeña había estudiado ballet y guitarra clásica, corte y confección, cocina, oratoria y lectura veloz, arte precolombino, historia de las ideas en América Latina y el fenómeno de las supernovas. Seguramente podría desenvolverse con eficacia en numerosos temas.
     Le asaltó una duda: “¿Y si lo que él necesita es aprender a usar Internet o el Webopac?”. Pasó revista a los conocimientos adquiridos en innumerables cursos y conferencias sobre alfabetización informacional, así como en el posgrado de Especialización en Informática aplicada a las Bibliotecas, que le había permitido, entre otras cosas, tener una vaga idea de la indización automática. Se tranquilizó. Estaba en condiciones de impartir la mejor formación de usuarios que era posible.
     Él había recorrido más de la mitad del imponente hall, sin apartar su mirada de la joven ni un segundo. La excitación y angustia de ella iban en aumento. “¿Hablaría español? ¿Vendría de otro país?”. No se impacientó. Dominaba la lengua de Shakespeare a la perfección, desde hacía años. La Alianza Francesa, el Aligheri y el Goethe habían sido testigos de su excepcional capacidad para los idiomas, lo mismo que su profesora particular de portugués. Con cuanto agradecimiento evocó el sacrificio que significó para sus padres vender la quinta de City Bell para que ella pudiera pasarse dos años en Europa, adquiriendo una excelente pronunciación y una envidiable fluidez en todos aquellos idiomas, de modo tal que en cualquier conversación podía pasar de una lengua a otra como quien se toma un vaso de agua. Ni qué hablar del nivel básico de chino que estaba cursando y de la Maestría en Sánscrito terminada el año anterior, gracias a la cual, finalmente, pudo leer los Prolegomena de Ranganathan.
     Él ya estaba apenas a unos pasos. Ella se agachó bajo el mostrador para retocar el maquillaje y el peinado como le habían recomendado en el Curso de Belleza y Estética en Diez Lecciones. Desabrochó un par de botones de la blusa, dejando ver provocativamente el nacimiento de sus senos como había aprendido en el Curso de Marketing para Bibliotecarios. Se puso de pie e iluminó su cara con la mejor sonrisa, como le habían enseñado en el Curso para Promotores de Cementerios Privados y -¡por fin!- se encontró cara a cara con el usuario, mostrador de por medio.
     Él, un tanto apurado, le presentó su esperada consulta:
     - Che, ¿me podés decir dónde queda el baño?


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Hipatita es una bibliotecaria -de las de rodete- que profesionalmente se considera descendiente de Hipatia de Alejandría (Upatia, 370-416 aC), matemática, astrónoma y filósofa que se cree fue la primera mujer y la última persona en dirigir la Biblioteca de Alejandría. Vale la pena remarcar que Hipatia también usaba rodete.

Nota bibliofónica

    Agradecemos a la Profesora Ana María Martínez Tamayo que nos permita publicar el relato que sigue. El tema, como se verá, remite a la problemática sugerida por Lucía y abordada por María José en las dos entradas previas.


viernes, 11 de mayo de 2012

Ganchos de plomo


María José Martínez Methol
(Texto e Ilustración)


    La biblioteca debe satisfacer las necesidades de información de los usuarios. Esta premisa parece una verdad autoevidente en la bibliotecología. Sin embargo, como suele suceder en el campo de las ciencias sociales, la realidad pone a prueba la nobleza de ciertos enunciados de base.
    Los empiristas lógicos enfatizaron la necesidad de los términos significativos en los enunciados científicos. Un enunciado con términos vacíos, sin valor de verificabilidad, pertenece a la metafísica, no a una disciplina con aspiraciones de ciencia. Pretender satisfacer las necesidades de los usuarios conlleva conocer el significado de la palabra usuario. No se trata de una mera abstracción. Tras la simple noción de usuario hay un ser concreto inmerso en una realidad concreta. Son las necesidades de ese ser concreto ante las que el bibliotecario deberá responder.
    En las últimas décadas, la bibliotecología ha afrontado el ineludible desafío de integrarse a la Sociedad de la Información. La formación ofrecida desde la Academia refleja, por lo general, tal imperativo. Contra la imagen clásica del ser grisáceo y vegetal que pasa sus horas confeccionando fichas bibliográficas analógicas, o batallando contra el polvo de los anaqueles, hoy el bibliotecario debe ser un profesional con alto grado de competencia informacional, alguien capaz de aplicar las herramientas ofrecidas por la Revolución Tecnológica en entornos impensables hace pocas décadas, en los que la superabundancia de información se hermana con el caos.
    Esta redefinición del futuro bibliotecario como heraldo de las tecnologías de la información, como factor de orden en el caos, empero, implica un riesgo de idealización de los entornos en los que deberá trabajar. Por supuesto, sería retrógrado negar la necesidad actual de que el bibliotecario sepa diseñar bases de datos y bibliotecas digitales, o manejar sofisticados tesauros y redes virtuales. La preparación para las grandes ligas habla bien de un sistema académico que tiene los pies en el siglo XXI. Sin embargo, la realidad profesional que muchos bibliotecarios deben encarar cotidianamente poco tiene que ver con las enormes bibliotecas departamentalizadas, que tienen políticas de gestión de colecciones, conexión a Internet, salas de lectura silenciosa y parlante, servicios de referencia especializada, tesauros propios y catálogos online.
    En las alcantarillas de la Sociedad de la Información sobreviven día a día bibliotecas donde no hay una sola computadora. Bibliotecas en lamentables condiciones edilicias a la espera de un subsidio estatal. Bibliotecas en barrios donde la conexión a Internet es una promesa en tiempos electorales, junto al agua corriente, el asfalto y el gas natural. También esas bibliotecas pertenecen al siglo XXI. También esas bibliotecas tienen usuarios con necesidades de información.
    Plantear una formación técnica para un contexto de trabajo ideal supone la existencia de usuarios ideales. Lo real impone sus propias asperezas a enunciados como el citado al comienzo de este artículo. Lo real interroga lo ideal y lo vulnera. A significantes asépticos como biblioteca, necesidades de información y usuarios les clava pesados ganchos de plomo a derecha e izquierda, y los hunde en el barro:
    ¿Qué biblioteca?
    ¿Qué necesidades de información?
    ¿Qué usuarios?

Nota Bibliofónica

    La selección de Mel Correa en la entrada anterior, además de hacernos reir, resulta un disparador interesante para analizar qué significa ver al usuario. En el artículo a continuación, María José Martinez Methol se propone reflexionar sobre los alcances de un axioma muy frecuentado en el campo de la bibliotecología.

jueves, 26 de abril de 2012

Cómo los bibliotecarios vemos al usuario

Selección de Mel Correa
  
    Yo no soy muy buena escribiendo cosas lindas e inteligentes como mis compañeros, pero sí me gusta mucho reirme, así que mi aporte a Bibliófono, va a ser pura y exclusivamente humorístico.
    Hoy me decidí a hacer una selección de chistes que encontré en línea. No son de mi creación ni mucho menos, lo único que hice fue, en los que pude, una traducción al castellano. Obviamente cada uno de ellos tiene el copyright tal como figuraba en la imagen original.

    Decidí también hacer las selecciones temáticas, y empezar por la clásica visión del usuario que tenemos los bibliotecarios, y las cosas que hacemos a raíz de ella.






sábado, 24 de marzo de 2012

Los dueños del fuego

Apuntes sobre biblioclastía durante la última dictadura militar

Por Gonzalo Martínez Methol



El diccionario de la Real Academia Española, con su claro propósito fundacional de fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”, sus veintidós ediciones, su Pleno de académicos, egregios especialistas en la lengua de Cervantes, su transparencia semántica y etimológica, no registra la palabra biblioclastia.  

*** 

Quiero ponerme en sus zapatos, general. Mejor dicho: en sus botas. Son increíbles sus botas. Brillan como el carajo sus botas, general. Uno se las pone y mide medio metro más. Son botas para marchar y para patear. A uno le dan ganas hasta de dejarse el bigotito y hablar más fuerte, bien a lo macho. No hay mina que se te resista con unas botas así, ¿no, general? Mierda, qué pedazo de botas.  
Ahora que las tengo puestas, general, yo, un hijo de la democracia, hago el intento de pensar como usted.  
Pienso: “Es mentira eso que escribió Sarmiento sobre las ideas, antes de irse al exilio. Las ideas se matan. Qué joder. Las ideas peligrosas, que atentan contra Dios, la Patria y el Hogar, tienen la carne dura como el chimango. Pero si uno mete un chimango al fuego, arde lo mismo. Si vieran cómo arde la carne del chimango. Es una maravilla”.  
Pienso: “Las ideas son tan vulnerables al fuego como los hombres”.  
Pienso: “Los zurdos escriben mucho. Tienen la cabeza llena de bosta y los dedos rápidos. Las falanges gastadas, tienen. Muchos son un desperdicio de seso. Una lástima, los puede la vanidad: quieren subvertir el orden establecido, el orden que yo encarno y defiendo. Pero ningún zurdo escribe al ritmo del fuego. ¿Cuánto tarda usted para escribir una novela? ¿Tanto? ¿Sabe cuánto tardo yo en meterla a la parrilla? Y que nadie se olvide de esto: la parrilla, señores, es mía”.  
Pienso: “Yo soy el dueño del fuego”. 

*** 

No sólo se sabían los dueños del fuego. Sabían muy bien lo que querían hacer, y cómo hacerlo. El genocidio cultural fue sistemático y obsesivo. No se trataba de comisarios panzones y analfabetos a los gritos. La censura estaba organizada y centralizada. La Dirección Nacional de Publicaciones tenía una infraestructura soberbia. El Proceso también contaba con recursos humanos para la censura: un ejército de analistas que en sus informes exhibían una capacidad interpretativa asesina.  
Entre los genocidas había, sí, grandes lectores.   

*** 

En una oficina de la SIDE, un lector casto y aplicado decidió que Mascaró, el cazador americano, merecía el fuego.  
El presente libro, cuyo autor es Haroldo Conti, presenta un elevado nivel técnico y literario, donde el mencionado autor luce una imaginación compleja y sumamente simbólica.(…) 
Si bien no existe una definición terminológica hacia el marxismo, la simbología utilizada y la concepción de la novela demuestra su ideología marxista sin temor a errores. (…) 
El informe de ese censor, accesible hoy, es el cuento genial que muchos narradores soñaron y olvidaron apenas abrieron los ojos. 
La novela sobre la dictadura que Manuel Puig no escribió: cuarenta, cincuenta informes como el de Mascaró, y detrás, implícita, la biografía del ser oscuro e impreciso que se sienta día a día frente a una Remington, y escribe.  
Claro que sí: el censor también escribe. Y tacha. En el registro frío y objetivo que usa se le cuelan, quizá, metáforas y adjetivos borgeanos que luego borra con ¿asco?, ¿rabia?, ¿impotencia? 
¿Melancolía?   

*** 

Rodolfo Walsh sabía lo que los dueños del fuego podían hacer; lo que los dueños del fuego ya estaban haciendo, y tan bien. Conocía el silencio que sucede al crepitar de las llamas. Había visto las caras tiznadas de los censores. Había olido el humo negro del papel incinerado.   
“Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente”, gritaba desde la ANCLA, en la noche de la dictadura. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información.”  
Fue la satisfacción moral de un acto de libertad la que sintió Walsh, también, aquel 24 de marzo de 1977, mientras escribía su Carta abierta a la Junta Militar.  
Cuerpo a cuerpo. Al ritmo del fuego.  

*** 

En Respiración artificial, Piglia escribió sobre el horror, elípticamente.  
En la Carta abierta, Walsh le escribió al horror, cara a cara. 
Ambos textos son hoy, con justicia, lecturas inevitables. 
Piglia sigue concediendo entrevistas. 
Walsh, no.   



*** 

Frescas altas olas. Poderosas vengativas olas. 


*** 

En la biblioteca de su padre, y del padre de su padre, Borges escribió, con la mayor limpieza de estilo que conocieron estas tierras, un ensayo sobre Shih Huang Ti, el emperador que mandó construir la muralla china y quemar todos los libros anteriores a él. Le interesó la oscura simetría tras esas dos operaciones simultáneas.  
Hay fuego, también, en su insuperable conferencia sobre Hawthorne. Dice Borges: “Si hay Alguien que ahora está soñándonos y que sueña la historia del universo, como es doctrina de la escuela idealista, la aniquilación de las religiones y las artes, el incendio general de las bibliotecas, no importa mucho más que la destrucción de los muebles de un sueño. La mente que una vez los soñó volverá a soñarlos; mientras la mente siga soñando, nada se habrá perdido”. Y luego: “El pasado es indestructible; tarde o temprano vuelven todas las cosas, y una de las cosas que vuelven es el proyecto de abolir el pasado”. 
Es verdad: estaba ciego, el viejo. Igual que Tiresias.  

*** 
 
En la biblioteca de su padre, y del padre de su padre, él escribió: “El olvido es la única venganza y el único perdón”. 
En la plaza de sus hijos, y de los hijos de sus hijos, ellas gritaron: “Ni olvido ni perdón”. 

*** 

Cientos de bibliotecas intervenidas, en un largo y ancho país al final de un largo y ancho continente bajo sospecha.  
Los registros de préstamos valían oro para identificar lectores de El Capital.  
O de El principito 

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Un servicio de inteligencia como el de la dictadura no sólo necesitaba torturadores profesionales. Necesitaba censores. 
Censores y torturadores pertenecen al mismo gremio.  
El censor hace con los libros lo que el torturador hace con los cuerpos de sus víctimas.  
Para quemar libros, primero hay que hacerlos cantar. Hay que hacerles decir todo lo que saben. No pueden andar por ahí, colmando estanterías, circulando de mano en mano, con la barriga llena fuegos artificiales.  
Hipótesis: el aplicado censor que leyó minuciosamente Mascaró, el cazador americano, en una oficina de la SIDE, y que lo entregó al fuego, sintió por Haroldo Conti la misma inconfesable admiración que habrá sentido más de un milico por el coraje suicida de esos pibes que empuñaban armas para defender consignas imposibles. 

*** 

Pienso, general, con sus botas puestas: “Ningún entierro cristiano: fosas comunes, carajo. Para hombres y para libros.  
   
*** 

El 30 de agosto de 1980, en un baldío de Sarandí, ardieron —todavía arden— un millón y medio de libros publicados por el Centro Editor de América Latina. 
Entre las fotos de la quema que circulan, hay una donde se ve una pila enorme de libros a medio consumir, y detrás, un grupo de siete u ocho hombres, civiles y militares, que charlan como parrilleros esperando que el asado esté a punto.  
Las caras de los parrilleros exhiben la misma desidia, la misma indolencia, la misma fría operatividad que habrán tenido los rostros enhollinados de los limpiadores de hornos en Auschwitz o Dachau. 

*** 

Luciano Benjamín Menéndez había declarado al diario La Opinión, en abril de 1976: “De la misma manera que destruimos por el fuego la documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina”. 

*** 

¿Cuántos quemaron sus propios libros? ¿Cuántas piras caseras? ¿Cuántas hogueras en patios, en terrazas, en tachos de aluminio? ¿Cuánto fuego preventivo? 
Sofisticación extrema del terror: cada censurado se vuelve su propio censor, cada cordero su propio matarife, cada condenado su verdugo.  
La culpa que antecede al pecado: Kafka, sin duda, ya lo había dicho todo. 

*** 

Qué lo parió, general. Le confieso algo: sus botas son el calzado más cómodo que usé en mi vida. Desde que me las puse me salieron pelos en el pecho. Si viera cómo me miran las minas por la calle, general. Ya ni me acuerdo de mi timidez. Pasa esto: el tímido es un tipo que duda. Y uno con sus botas puestas no duda. Si Hamlet hubiese tenido unas llantas como éstas, lo ensartaba a Claudio de entrada, en lugar de andarse con tantas vueltas.  
Pienso, con sus botas puestas, general: “Si hubiésemos podido quemar todos los libros, llenar todas las fosas, limpiar a fondo este puto país, hubiésemos erradicado, también, la duda, y con la duda, a los que dudan del orden que yo encarno, el único, el insubvertible orden que yo encarno. De todas maneras, sepan esto: tan mal, señores, no nos fue. Deberían agradecernos, no enjuiciarnos”. 
Acá las tiene, general. Le devuelvo las botas. Las va a tener que lustrar de nuevo. Y limpielés bien las suelas. Pisé mierda.