jueves, 27 de septiembre de 2012

Nota Bibliofónica

¿Qué es eso que en la literatura bibliotecológica -plagada de lo que Unamuno llamó, con ibérica causticidad, tecniquerías- se denomina análisis documental? Véase Orera Orera. Véase López Yépes. Véase Guinchat y Menou. Véase cualquiera de los manuales de bibliotecología citados como vademécums en los programas de asignaturas introductorias a las Ciencias de la Información y la Documentación.  
Las definiciones aportadas por esos autores valen menos por sus diferencias que por lo que tienen en común: todas asumen el documento como una entidad en sí, completa y acabada, para la cual existen detallados estándares de descripción.  Ninguna enseña al bibliotecario a ir más allá del documento. A ver la historia que lo empapa, lo impregna, lo contamina, lo ensucia, lo vuelve un cuerpo vivo que habla, o susurra, muy bajo, con un agónico hilo de voz que se pierde entre los estantes.  
Nada que reprocharle, por supuesto, a Orera Orera, a López Yépes, a Guinchat y Menou. Sus manuales no pretenden ser más que manuales. Enseñan a interpretar los signos de una partitura, no a escuchar la música. Es el bibliotecario, el analista, al fin de cuentas, quien puede aguzar el oído. Aunque la música que escuche sea un aria monstruosa, un eco del horror, una minuciosa bitácora del infierno.  
Agradecemos a Juan Carlos Sánchez Sottosanto por el texto que sigue, y que ilustra mejor los balbuceos de esta introducción bibliofónica.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario