María José Martínez Methol
(Texto e Ilustración)
La biblioteca debe satisfacer las necesidades de información de los
usuarios. Esta premisa parece una verdad autoevidente en la
bibliotecología. Sin embargo, como suele suceder en el campo de las
ciencias sociales, la realidad pone a prueba la nobleza de ciertos
enunciados de base.
Los empiristas lógicos enfatizaron la
necesidad de los términos significativos en los enunciados científicos.
Un enunciado con términos vacíos, sin valor de verificabilidad,
pertenece a la metafísica, no a una disciplina con aspiraciones de
ciencia. Pretender satisfacer las necesidades de los usuarios conlleva
conocer el significado de la palabra usuario. No se trata de una mera
abstracción. Tras la simple noción de usuario hay un ser concreto
inmerso en una realidad concreta. Son las necesidades de ese ser
concreto ante las que el bibliotecario deberá responder.
En las
últimas décadas, la bibliotecología ha afrontado el ineludible desafío
de integrarse a la Sociedad de la Información. La formación ofrecida
desde la Academia refleja, por lo general, tal imperativo. Contra la
imagen clásica del ser grisáceo y vegetal que pasa sus horas
confeccionando fichas bibliográficas analógicas, o batallando contra el
polvo de los anaqueles, hoy el bibliotecario debe ser un profesional con
alto grado de competencia informacional, alguien capaz de aplicar las
herramientas ofrecidas por la Revolución Tecnológica en entornos
impensables hace pocas décadas, en los que la superabundancia de
información se hermana con el caos.
Esta redefinición del futuro
bibliotecario como heraldo de las tecnologías de la información, como
factor de orden en el caos, empero, implica un riesgo de idealización de
los entornos en los que deberá trabajar. Por supuesto, sería retrógrado
negar la necesidad actual de que el bibliotecario sepa diseñar bases de
datos y bibliotecas digitales, o manejar sofisticados tesauros y redes
virtuales. La preparación para las grandes ligas habla bien de un
sistema académico que tiene los pies en el siglo XXI. Sin embargo, la realidad profesional que muchos bibliotecarios deben
encarar cotidianamente poco tiene que ver con las enormes bibliotecas
departamentalizadas, que tienen políticas de gestión de colecciones,
conexión a Internet, salas de lectura silenciosa y parlante, servicios
de referencia especializada, tesauros propios y catálogos online.
En
las alcantarillas de la Sociedad de la Información sobreviven día a día
bibliotecas donde no hay una sola computadora. Bibliotecas en
lamentables condiciones edilicias a la espera de un subsidio estatal.
Bibliotecas en barrios donde la conexión a Internet es una promesa en
tiempos electorales, junto al agua corriente, el asfalto y el gas
natural. También esas bibliotecas pertenecen al siglo XXI. También esas
bibliotecas tienen usuarios con necesidades de información.
Plantear
una formación técnica para un contexto de trabajo ideal supone la
existencia de usuarios ideales. Lo real impone sus propias asperezas a
enunciados como el citado al comienzo de este artículo. Lo real
interroga lo ideal y lo vulnera. A significantes asépticos como
biblioteca, necesidades de información y usuarios les clava pesados
ganchos de plomo a derecha e izquierda, y los hunde en el barro:
¿Qué biblioteca?
¿Qué necesidades de información?
¿Qué usuarios?
genial!
ResponderEliminarLas frases tantas veces repetidas, resultan, muchas veces, vacías de contenido.
ResponderEliminarAdemás de desconocer las realidades de bibliotecas que, para el caso, también son "unidades de información", en pos de la automatización y la "gestión", se han dejado en el olvido algunas prácticas bibliotecológicas, fundamentales, no sólo para la preservación de los libros (los de papel, que, vamos, ¡siguen existiendo!) sino también para la tan mentada "satisfacción del usuario".
Por experiencia propia sé que aún son muchos los usuarios/lectores/investigadores que prefieren un ejemplar del siglo XIX "en vivo y en directo" que una digitalización espectacular; que prefieren acceder a los manuscritos libres de polvo y en buenas condiciones de preservación que a un archivo digital; que valoran más la tarea silenciosa, "antigua" y en desuso de pasar una pinceleta a los cantos de los libros para que el hollín no horade las partículas del papel, que una biblioteca digital vacía de contenidos y agregados de valor mediante el conocimiento y la reflexión, pero repleta de metadatos.
Empero, no se trata tanto de optar por una cosa u otra, de elegir entre el libro digital o el libro de papel, de optar por una formación o por otra. Bienvenidas sean las herramientas que ayuden a socializar, cada vez más, el acceso a los documentos, a la información, a los libros, a los debates, a las ideas. Mas bien, lo ideal, lo deseable, sería pensar en incluir, reunir, las múltiples posibilidades que la bibliotecología puede dar a los múltiples lectores que una biblioteca puede tener.
En fin... tanto para decir... ¡gracias chicos por estas reflexiones! ¡que saludable es poder leer estas cosas! un saludo y felicitaciones
Gracias Flor por tus palabras!
ResponderEliminarUn abrazo.