viernes, 9 de marzo de 2012

Del ser bibliotecario y sus tantas cuestiones

Por Florencia Bossié 


Cuando terminé el colegio secundario y decidí venir de mi pueblo a estudiar bibliotecología, confieso, no sabía bien de qué se trataba. En Mones Cazón no había una biblioteca, sólo la de la escuela… No sabía qué era un catálogo, una norma de catalogación, la CDU y mucho menos el isis. Sin embargo, tenía una certeza: me gustaba leer, me gustaban los libros (los de papel), el ámbito en el que podía trabajar, rodeada de esos objetos preciosos, que ya eran parte de mi vida como lectora.  
Cursar la carrera de bibliotecología fue una experiencia repleta de sorpresas: de las buenas, atractivas y sorprendentes y de las un tanto aburridas también. Trabajar en bibliotecas a la vez que cursaba las materias fue de lo más enriquecedor; como sabemos, la realidad casi nunca se condice con lo que aprendemos en la Facultad y eso hizo que el amor por esta profesión sea mayor. 
Con los años aprendí que ser bibliotecario es ser varias cosas a la vez; pero sobre todo, una fundamental: es ser invitador de lecturas, de aventuras, del curioseo. Y también un organizador, un gestor de la información, y no sólo de los libros. 
Pasé por experiencias múltiples: desde la Biblioteca Pública de la UNLP hasta la querida experiencia de la “biblioteca ambulante” (mochila al hombro) en Las Chacras, pequeñísimo poblado de la provincia de Córdoba. Todos y cada uno de los espacios en los que pude trabajar sirvieron para convencerme de que no se puede ser bibliotecario sin una conciencia clara de la misión social y política que cada una de nuestras tareas lleva consigo. Desde clasificar un libro hasta prestarlo detrás de un mostrador, los pasos son muchos y conocidos, pero si cada uno se hace con la conciencia del rol fundamental que nuestra tarea conlleva seguramente los resultados serán distintos, de eso estoy segura. 
Al momento de elegir un tema para hacer mi tesina de licenciatura, por suerte, pude abstraerme de lo conocido (análisis de bases de datos, de software, estudios bibliométricos y demás), que tan poco me atraían. Y decidí elegir algo que me entusiasmara leer, que me llenara de preguntas y de ganas de responderlas, que me conectara con esa parte un tanto olvidada dentro de la formación del profesional bibliotecario: su rol político y social. 
Fuera de lo que suele pensarse y predicarse (el bibliotecario como un personaje ascético y “libre” de los avatares históricos y del contexto histórico y social) creo que las bibliotecas nunca son espacios abstraídos de la realidad social y política; mucho menos, supuse, durante la última dictadura-cívico militar. 
En los años en los que había terminado de cursar las materias para recibirme de licenciada, estaba un tanto “perdida”. Mientras pensaba qué era lo que me interesaba dentro del quehacer del bibliotecario, conformamos con otros compañeros a nivel nacional la Comisión de Homenaje Permanente a los Bibliotecarios y Trabajadores de Bibliotecas desaparecidos durante la última dictadura. Casi al mismo tiempo llegó a mis manos un libro como Un golpe a los libros, de Hernán Invernizzi y Judith Gociol.  
Entonces surgieron mis primeras preguntas: qué había pasado con los libros, las bibliotecas, los bibliotecarios, los escritores, los lectores, en La Plata, durante la última dictadura cívico-militar. Sabía que habría testimonios por miles, que algo habría para contar en esta ciudad arrasada por la represión, el miedo, el terror y con características tan particulares por tener la Universidad y la efervescencia política de los jóvenes de esos años.  
Así fue cómo (confieso que con cierto temor al rechazo) presenté en el Departamento de Bibliotecología mi tema de investigación. Ahí tuve la primera sorpresa de tantas que vendrían: el tema fue muy celebrado por la entonces Directora, Rosa Pisarello, y recibí de su parte todo el apoyo y el aliento para emprender la investigación. 
No fue fácil encontrar bibliografía. Hoy, se habla más de la represión cultural y educativa, pero entonces (aunque no haga tantos años de esto que les estoy contando) aún no se podía soslayar la imperiosa necesidad de dejar de lado la impunidad y de dedicarse por completo al esclarecimiento de los crímenes, las desapariciones y las apropiaciones ilegales. Por eso, fue fundamental recurrir a los testimonios de bibliotecarios, escritores, libreros, lectores que me contaran sus experiencias. Pero además, uno de los objetivos de la tesina era realizar esa especie de “muestreo” (porque, claro, es imposible entrevistar a cada uno de los habitantes de esta ciudad que tengan algo para decir al respecto) y dejar plasmado su testimonio para que los recuerdos no se transformen, poco a poco, en olvido, sino que las generaciones futuras de bibliotecarios puedan leerlos y reflexionar entonces sobre uno de los aspectos más importantes de nuestra profesión: facilitar el libre acceso a la información y la importancia de las bibliotecas para que esto suceda, como instituciones públicas e intrínsicamente solidarias. 
Me tomé largos tres años para terminar la tesina. Disfruté cada momento del proceso de investigación. Todo fue un aprendizaje de lo más enriquecedor, desde la primera charla con mi futuro director de tesina ¡hasta llevar la versión final a encuadernar! Y creo que no hay otra forma de investigar que no sea con la pasión y el aliento de querer saber, querer indagar, querer plasmar en palabras lo que el estudio, la lectura y el intercambio con colegas y entrevistados nos van develando. 
Tuve la suerte de encontrarme con otros bibliotecarios con los que pensábamos más o menos parecido. Creo que por esos años (2003, 2004) nuestra carrera sufrió un verdadero cambio y un testimonio de ello es el 1º Foro Social de Información, Documentación y Bibliotecas, que se hizo en Buenos Aires, como una especie de alternativa frente al Congreso de la IFLA, que por cuestiones varias (económicas pero también temáticas) nos dejaba a muchos afuera. 
Conté, además, con el mejor de los directores, el Dr. en Letras José Luis de Diego: una persona que me brindó todos sus conocimientos, todas las herramientas, toda su predisposición para leer, releer, corregir y volver a leer cada una de mis periódicas entregas. Alguien tan generoso que hasta me brindó sus contactos para que pueda acceder más fácilmente a entrevistas y charlas con gente maravillosa. Esto, les aseguro, es fundamental también para terminar una tesina. El director no sólo debe ser alguien avezado en el tema: también debe tener ese espíritu de docente, fundamental para que podamos avanzar y cumplir con los ineludibles tiempos académicos. 
Hay tanto para seguir contando: la solidaridad de colegas que acercaron bibliografía, comentarios y contactos para la investigación, algunas sorpresas, alegrías, tristezas en las charlas con los entrevistados que tan generosamente me abrieron sus corazones al hablar de temas que muchas veces les resultaban dolorosos y que por tantos años habían callado; y, por supuesto, la paciencia de familiares, amigos, novios a los que les quitamos horas de atención para sentarnos a leer y, ante todo, escribir. 
En fin, el objetivo estuvo más que cumplido: me recibí de licenciada, la tesina gustó, conté los resultados en congresos, jornadas y charlas varias, el tema empezó a circular en los ámbitos bibliotecológicos, y creo que para muchos, por suerte, fue el puntapié inicial para pensar el quehacer profesional desde otras aristas. No es mérito mío, aclaro: es mérito de aquél que sabe vislumbrar la riqueza del ser bibliotecario y los muchos modos de ejercer la profesión.

Leer el artículo de Florencia "Biblioclastía y Bibliotecología: recuerdos que resisten en la ciudad de La Plata” aquí:
www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.703/ev.703.pdf

2 comentarios:

  1. Cuenta la leyenda que alguna vez mi Papá fue caminando desde Garré hasta Mones Cazón...es posible eso? AH LINDO PROYECTO...ÉXITOS!!!

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  2. Es posible ¡con mucha garra! un saludo

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