Por Florencia Bossié
Cuando
terminé el colegio secundario y decidí venir de mi pueblo a estudiar
bibliotecología, confieso, no sabía bien de qué se trataba. En Mones
Cazón no había una biblioteca, sólo la de la escuela… No sabía qué era
un catálogo, una norma de catalogación, la CDU y mucho menos el isis.
Sin embargo, tenía una certeza: me gustaba leer, me gustaban los libros
(los de papel), el ámbito en el que podía trabajar, rodeada de esos
objetos preciosos, que ya eran parte de mi vida como lectora.
Cursar
la carrera de bibliotecología fue una experiencia repleta de sorpresas:
de las buenas, atractivas y sorprendentes y de las un tanto aburridas
también. Trabajar en bibliotecas a la vez que cursaba las materias fue
de lo más enriquecedor; como sabemos, la realidad casi nunca se condice
con lo que aprendemos en la Facultad y eso hizo que el amor por esta
profesión sea mayor.
Con
los años aprendí que ser bibliotecario es ser varias cosas a la vez;
pero sobre todo, una fundamental: es ser invitador de lecturas, de
aventuras, del curioseo. Y también un organizador, un gestor de la
información, y no sólo de los libros.
Pasé
por experiencias múltiples: desde la Biblioteca Pública de la UNLP
hasta la querida experiencia de la “biblioteca ambulante” (mochila al
hombro) en Las Chacras, pequeñísimo poblado de la provincia de Córdoba.
Todos y cada uno de los espacios en los que pude trabajar sirvieron para
convencerme de que no se puede ser bibliotecario sin una conciencia
clara de la misión social y política que cada una de nuestras tareas
lleva consigo. Desde clasificar un libro hasta prestarlo detrás de un
mostrador, los pasos son muchos y conocidos, pero si cada uno se hace
con la conciencia del rol fundamental que nuestra tarea conlleva
seguramente los resultados serán distintos, de eso estoy segura.
Al
momento de elegir un tema para hacer mi tesina de licenciatura, por
suerte, pude abstraerme de lo conocido (análisis de bases de datos, de
software, estudios bibliométricos
y demás), que tan poco me atraían. Y decidí elegir algo que me
entusiasmara leer, que me llenara de preguntas y de ganas de
responderlas, que me conectara con esa parte un tanto olvidada dentro de
la formación del profesional bibliotecario: su rol político y social.
Fuera
de lo que suele pensarse y predicarse (el bibliotecario como un
personaje ascético y “libre” de los avatares históricos y del contexto
histórico y social) creo que las bibliotecas nunca son espacios
abstraídos de la realidad social y política; mucho menos, supuse,
durante la última dictadura-cívico militar.
En
los años en los que había terminado de cursar las materias para
recibirme de licenciada, estaba un tanto “perdida”. Mientras pensaba qué
era lo que me interesaba dentro del quehacer del bibliotecario,
conformamos con otros compañeros a nivel nacional la Comisión de
Homenaje Permanente a los Bibliotecarios y Trabajadores de Bibliotecas desaparecidos durante la última dictadura. Casi al mismo tiempo llegó a mis manos un libro como Un golpe a los libros, de Hernán Invernizzi y Judith Gociol.
Entonces
surgieron mis primeras preguntas: qué había pasado con los libros, las
bibliotecas, los bibliotecarios, los escritores, los lectores, en La
Plata, durante la última dictadura cívico-militar. Sabía que habría
testimonios por miles, que algo habría para contar en esta ciudad
arrasada por la represión, el miedo, el terror y con características tan
particulares por tener la Universidad y la efervescencia política de
los jóvenes de esos años.
Así
fue cómo (confieso que con cierto temor al rechazo) presenté en el
Departamento de Bibliotecología mi tema de investigación. Ahí tuve la
primera sorpresa de tantas que vendrían: el tema fue muy celebrado por
la entonces Directora, Rosa Pisarello, y recibí de su parte todo el apoyo y el aliento para emprender la investigación.
No
fue fácil encontrar bibliografía. Hoy, se habla más de la represión
cultural y educativa, pero entonces (aunque no haga tantos años de esto
que les estoy contando) aún no se podía soslayar la imperiosa necesidad
de dejar de lado la impunidad y de dedicarse por completo al
esclarecimiento de los crímenes, las desapariciones y las apropiaciones
ilegales. Por eso, fue fundamental recurrir a los testimonios de
bibliotecarios, escritores, libreros, lectores que me contaran sus
experiencias. Pero además, uno de los objetivos de la tesina era
realizar esa especie de “muestreo” (porque, claro, es imposible
entrevistar a cada uno de los habitantes de esta ciudad que tengan algo
para decir al respecto) y dejar plasmado su testimonio para que los
recuerdos no se transformen, poco a poco, en olvido, sino que las
generaciones futuras de bibliotecarios puedan leerlos y reflexionar
entonces sobre uno de los aspectos más importantes de nuestra profesión:
facilitar el libre acceso a la información y la importancia de las
bibliotecas para que esto suceda, como instituciones públicas e intrínsicamente solidarias.
Me
tomé largos tres años para terminar la tesina. Disfruté cada momento
del proceso de investigación. Todo fue un aprendizaje de lo más
enriquecedor, desde la primera charla con mi futuro director de tesina
¡hasta llevar la versión final a encuadernar! Y creo que no hay otra
forma de investigar que no sea con la pasión y el aliento de querer
saber, querer indagar, querer plasmar en palabras lo que el estudio, la
lectura y el intercambio con colegas y entrevistados nos van develando.
Tuve
la suerte de encontrarme con otros bibliotecarios con los que
pensábamos más o menos parecido. Creo que por esos años (2003, 2004)
nuestra carrera sufrió un verdadero cambio y un testimonio de ello es el
1º Foro Social de Información, Documentación y Bibliotecas, que se hizo
en Buenos Aires, como una especie de alternativa frente al Congreso de
la IFLA, que por cuestiones varias (económicas pero también temáticas)
nos dejaba a muchos afuera.
Conté,
además, con el mejor de los directores, el Dr. en Letras José Luis de
Diego: una persona que me brindó todos sus conocimientos, todas las
herramientas, toda su predisposición para leer, releer, corregir y
volver a leer cada una de mis periódicas entregas. Alguien tan generoso
que hasta me brindó sus contactos para que pueda acceder más fácilmente a
entrevistas y charlas con gente maravillosa. Esto, les aseguro, es
fundamental también para terminar una tesina. El director no sólo debe
ser alguien avezado
en el tema: también debe tener ese espíritu de docente, fundamental
para que podamos avanzar y cumplir con los ineludibles tiempos
académicos.
Hay
tanto para seguir contando: la solidaridad de colegas que acercaron
bibliografía, comentarios y contactos para la investigación, algunas
sorpresas, alegrías, tristezas en las charlas con los entrevistados que
tan generosamente me abrieron sus corazones al hablar de temas que
muchas veces les resultaban dolorosos y que por tantos años habían
callado; y, por supuesto, la paciencia de familiares, amigos, novios a
los que les quitamos horas de atención para sentarnos a leer y, ante
todo, escribir.
En
fin, el objetivo estuvo más que cumplido: me recibí de licenciada, la
tesina gustó, conté los resultados en congresos, jornadas y charlas
varias, el tema empezó a circular en los ámbitos bibliotecológicos, y creo
que para muchos, por suerte, fue el puntapié inicial para pensar el
quehacer profesional desde otras aristas. No es mérito mío, aclaro: es
mérito de aquél que sabe vislumbrar la riqueza del ser bibliotecario y
los muchos modos de ejercer la profesión.
Leer el artículo de Florencia "Biblioclastía y Bibliotecología: recuerdos que resisten en la ciudad de La Plata” aquí:
Leer el artículo de Florencia "Biblioclastía y Bibliotecología: recuerdos que resisten en la ciudad de La Plata” aquí:
Cuenta la leyenda que alguna vez mi Papá fue caminando desde Garré hasta Mones Cazón...es posible eso? AH LINDO PROYECTO...ÉXITOS!!!
ResponderEliminarEs posible ¡con mucha garra! un saludo
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